By Timothy P. Williams, Senior Director of Formation and Leadership Development
Viewing the world in systems theory, we recognize the interactivity and interdependence of the parts of a system, and how affecting one part can change the whole system. The human body is a system, and while the heart may be only one part, its proper functioning affects the other parts. So it also is with social systems. It is through this framework that we envision “systemic change”, but the true roots of systemic change lie not in an esoteric theory of systems, but in God’s creative and loving plan.
Systemic change, sometimes viewed as a modern deviation from our Vincentian vocation, our dedication to our person-to-person service, is rather the natural progression of the home visit, just as it has been since our earliest days. We do not revere the poor so as to keep them in poverty, but, as Blessed Frédéric explained, “The same authority that tells us there will always be poor people among us is also the one that commands us to do everything possible to ensure that there are no more.” [Of Alms, l’Ere nouvelle, 1848]
“Defend the lowly and fatherless; render justice to the afflicted and needy. Rescue the lowly and poor; deliver them from the hand of the wicked” the psalmist tells us. Further, we are told not to “be so thorough that you reap the field to its very edge, …pick your vineyard bare… These things you shall leave for the poor…” [Lv 19:9-10] We are even commanded to forgive our debtors every seven years. [DT 15:1] In each instance, we are called not only to offer alms, but to alter systems, remove barriers, enable and empower the poor to support themselves.
To truly form relationships based on trust and friendship, as our Rule calls us to do, is to seek ways to walk with the neighbor not only in his poverty, but out of it. So it was with our earliest Conferences, who in the 1830s had begun apprenticeship programs to help young men learn trades, and established libraries and schools to prepare soldiers for life after the army. Systemic change, then, in its simplest form, is to teach a man to fish, or at least, not to prevent him from fishing. In its fullest form, systemic change programs are most effective when we collaborate with as many as possible in our communities.
The system we are called to affect is a body; a body of which we all are parts, and the change we seek is achieved by living our faith, in looking always to “Christianity, which has equally reproved socialist errors and selfish passions, which is alone able to realize the ideal of fraternity without sacrifice of liberty, which is alone able to find the greatest earthly happiness for men”. [Baunard, 279]
Ultimately, systemic change, the system we seek to build, and that we are called to build, is the civilization of love.
Contemplate
Does my Conference discuss our neighbors’ needs, seeking common causes we can affect?
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Contemplación: Un Sistema de Amor
Traducción de Sandra Joya
Al observar el mundo desde la teoría de sistemas, reconocemos la interactividad e interdependencia de las partes de un sistema, y cómo la influencia de una parte puede cambiar todo el sistema. El cuerpo humano es un sistema, y si bien el corazón puede ser solo una parte, su correcto funcionamiento afecta a las demás. Lo mismo ocurre con los sistemas sociales. Es a través de este marco que visualizamos el “cambio sistémico”, pero las verdaderas raíces del cambio sistémico no residen en una teoría esotérica de sistemas, sino en el plan creativo y amoroso de Dios.
El cambio sistémico, a veces visto como una desviación moderna de nuestra vocación vicentina, nuestra dedicación al servicio personal, es más bien la evolución natural de la visita domiciliaria, tal como lo ha sido desde nuestros inicios. No veneramos a los pobres para mantenerlos en la pobreza, sino que, como explicó el Beato Federico: “La misma autoridad que nos dice que siempre habrá pobres entre nosotros es también la que nos manda hacer todo lo posible para asegurarnos de que no haya más”. [De la Limosna, l’Ere nouvelle, 1848]
“Defiende al pobre y al huérfano; haz justicia al afligido y al necesitado. Rescata al pobre y al desamparado; líbralo de la mano de los malvados”, nos dice el salmista. Además, se nos dice que no seamos “tan minuciosos que sieguen el campo hasta el borde, …dejen su viña desnuda… Esto dejarán para los pobres…” [Lv 19:9-10]. Incluso se nos manda perdonar a nuestros deudores cada siete años. [DT 15:1] En cada caso, estamos llamados no solo a dar limosna, sino a transformar los sistemas, eliminar barreras, capacitar y empoderar a los pobres para que se sustenten.
Forjar relaciones verdaderamente basadas en la confianza y la amistad, como nos llama nuestra Regla, es buscar maneras de acompañar al prójimo no solo en su pobreza, sino también fuera de ella. Así sucedió con nuestras primeras Conferencias, que en la década de 1830 iniciaron programas de aprendizaje para ayudar a los jóvenes a aprender oficios y establecieron bibliotecas y escuelas para preparar a los soldados para la vida después del ejército. El cambio sistémico, entonces, en su forma más simple, consiste en enseñar a pescar, o al menos, no impedirle hacerlo. En su forma más completa, los programas de cambio sistémico son más eficaces cuando colaboramos con el mayor número posible de personas en nuestras comunidades.
El sistema que estamos llamados a influir es un cuerpo; un cuerpo del que todos formamos parte, y el cambio que buscamos se logra viviendo nuestra fe, mirando siempre hacia «el cristianismo, que ha reprobado por igual los errores socialistas y las pasiones egoístas, el único capaz de realizar el ideal de la fraternidad sin sacrificar la libertad, el único capaz de encontrar la mayor felicidad terrena para los hombres». [Baunard, 279]
En última instancia, el cambio sistémico, el sistema que buscamos construir, y que estamos llamados a construir, es la civilización del amor.
Contemplar
¿Mi Conferencia aborda las necesidades de nuestros vecinos y busca causas comunes en las que podamos contribuir?