By Timothy Williams, Senior Director of Formation and Leadership Development
It is easy to understand, in the practice of humility, that the credit for any of our good works does not go to us, but to God; as our Rule puts it, “we can achieve nothing of eternal value without His grace.” [Rule, Part I, 2.5.1] This echoes St. Augustine, who says “you do not boast of your good works as if they were your own, since it is God who works within you.” [On Grace and Free Will, 21] Whether worldly or eternal, all good comes from God.
St. Vincent, explaining how he knew that the Company of the Daughters of Charity was a holy institution, declared that there could “be no doubt whatever that it was God who established you. It wasn’t [Louise de Marillac]; she didn’t think of it. As for me, alas! it never occurred to me.” [CCD IX:358] Whatever good the world may credit to us is from the God who chooses to work through us. What good would boasting accomplish anyway? All worthwhile rewards come from God, not man, and after all, as Bl. Frédéric put it, “The greatest danger of all is worldly respect”. [Baunard, 297]
So, we do not boast of our achievements, but what about our failures? What about the neighbor who fell into deeper destitution despite all our efforts? What about the special works project that fell through for lack of donations, or lack of results? We do not boast of good outcomes, knowing they are the work of God, but accepting failures requires us to balance our humility with trust in Providence, which is not only trusting that He will provide what we need, but that He will know what is needed, even though it sometimes makes no sense to us.
“Without a doubt,” Frédéric once explained, “Providence does not need us to execute its merciful designs, but we, we need it”. [135, to Bailly, 1836] It is not for us to decide ourselves worthy, it is for the God who called us to decide. He doesn’t want our help, He wants our hearts, for “if He needed the help of men for the successful outcome of His plans,” St. Vincent counseled a discouraged missioner, “[He] would have put in your place a Doctor and a saint.” [CCD III:464]
We serve for love alone, not reward or credit, and so, as St. Vincent asks us, we “await the outcome patiently and hope that, if it is not as we wish, it will nevertheless be according to God’s Will, which is all that we should be seeking…” [CCD VII:378] We always seek to do God’s will, and having done so, we wait, he said, “in a state of great indifference so that, whatever the outcome, it may find us well disposed to accept it.” [CCD IV:79]
Indifference in this context is not apathy, it is the purest trust, it is the hope in which we serve, and it is the unwavering faith that “The works of God are not accomplished when we wish them, but whenever it pleases Him.” [CCD III:613]
Contemplate
Do allow myself to become discouraged when plans don’t work out as I wished?
Recommended Reading
Letters of Frédéric Ozanam: Earliest Letters
Contemplación: No es nuestra ayuda, sino nuestro corazón
Traducción de Sandra Joya
Es fácil comprender, en la práctica de la humildad, que el mérito de nuestras buenas obras no es nuestro. Sino de Dios; como dice nuestra Regla: “No podemos lograr nada de valor eterno sin su gracia”. (Parte 1, 2.5.1) Esto evoca a San Agustín , quién dice ” No te jactes de tus buenas obras como si fueran tuyas, ya que es Dios quién obra en ti”. (Sobre la Gracia y el Libre Albedrío. 21) ya sea mundano o eterno, todo bien proviene de Dios.
San Vicente, explicando cómo sabía que la Congregación de las Hijas de la Caridad era una institución santa, declaró que no podía haber ” ninguna duda de que fue Dios quién las estableció. No fue Luisa de Marillac; ella no lo pensó . En cuanto a mí ¡ ay! nunca se me ocurrió ( CCD IX. 358) Cualquier bien que el mundo nos atribuya proviene de Dios, quién decide obrar a través de nosotros; ¿ de que serviría jactarse? Todas las recompensas valiosas provienen de Dios, no del hombre, y después de todo, como dijo el Beato Federico: “El mayor peligro de todos es el respeto mundano” (Baunard, 297).
Así pues. no nos jactemos de nuestros logros. pero ¿ qué hay de nuestros fracasos? ¿Qué hay del prójimo que cayó en una mayor miseria a pesar de todos nuestros esfuerzos? ¿Qué hay del proyecto de obras especiales que fracasó por falta de donaciones o resultados?
No nos jactemos de los buenos resultados, sabiendo que son obra de Dios,pero aceptar los fracasos requiere que equilibremos nuestra humildad con la confianza en la Providencia, que no solo consiste en confiar en que El proveerá lo que necesitamos, sino en que El sabrá qué necesitamos, aunque a veces no tenga sentido para nosotros.
Sin duda explico Federico, – la Providencia. no nos necesita para ejecutar sus designios miseticordiosos, pero nosotros sí la necesitamos. (135, a Vailly,1836) No nos corresponde a nosotros decidirnos dignos, sino al Dios que nos llamó. El no quiere nuestra ayuda, quiere nuestros corazones, pues ” si necesitara la ayuda de los hombres para el exito de sus planes”, aconsejó San Vicente a un misionero desanimado, “habría puesto en tu lugar a un doctor y a un santo.” (CCD III, 464).
Servimos solo por amor, no por recompensa, ni mérito, y por eso, como nos pide San Vicente”, esperamos pacientemente el resultado y esperamos que, sí no es como deseamos, será conforme a la voluntad de Dios, que es todo lo que debemos buscar (CCD VII, 378) Siempre buscamos hacer la voluntad de Dios, y una vez hecha. esperamos dijo “con gran indiferencia para que, sea cual sea el resultado, nos encuentre bien dispuestos a aceptarlo.” (CCD IV 79).
La indiferencia en este contexto no es apatía , es la confianza más pura, es la esperanza con la que servimos. y es la fe inquebrantable en que ” las obras de Dios no se realizan cuando las deseamos, sino cuando les place.” (CCD III, 613).
Contemplar
¿Me permito desanimarne cuando los planes no salen como deseaba?